Cuando asesinar era asunto de familia.
No hay nada mejor que hacer las cosas en familia, incluso si de asesinar
en serie se trata. Por lo menos eso debieron pensar los Benders, que
tenían la costumbre de plantar en su huerta, entre nabos, patatas y
coliflores, a los cadáveres de los incautos que caían en sus manos.
El método de los Bender no podía ser más expeditivo. La joven Kate
Bender, una hermosa y alta morena de ojos oscuros, había desarrollado
fama como médium y sanadora. “La profesora Kate Bender sabe curar
enfermedades, la ceguera, las convulsiones y la sordera”, rezaba el
anuncio.
Kate se promocionaba actuando en sesiones espirituales por los
pueblos de los alrededores. También se afirmaba que por una cantidad
adicional quienes quisieran podían acostarse con ella. Con la excusa de
ayudar a sus víctimas, las sentaba de espaldas a una cortina roja y las
hipnotizaba. A una señal suya, un contundente “¡Ahora!”, aparecía un
mortífero brazo con un martillo que se abatía sobre los desprevenidos
para matarlos. La puesta en escena de la familia incluía manifestaciones
paranormales que elaboraban los propios miembros de la familia.
Kate, una mujer muy guapa, era la líder de la familia. Ella se
encargaba de atraer a sus ”pacientes” y, también, gracias a su belleza a
los hombres que querían volver a verla y se convertían así en sus
víctimas. En la granja familiar también se servían comidas y poseían un
negocio de venta de comestibles.
Era una buena tapadera para unos asesinos que cuando se descubrió
todo, en 1873, huyeron sin que jamás se supiera de ellos, por mucho que
hubo cazadores de recompensas y partidas de vengativos familiares que
quisieron encontrarlos.
El procedimiento para matar a los incautos y hacerlos desaparecer,
escogidos con cuidado para que fueran hombres de posibles a quien
mereciera la pena robar, era tan contundente como sencillo. Una vez
muertos por el terrible martillazo que pegaba Papa Bender o el hermano
de Kate, los echaban al sótano por una trampilla en espera del momento
ideal para enterrarlos. Los descubrió el coronel Alexander York, que
acudió a la granja en busca de su hermano, el doctor William York,
alertado por la mujer de éste. Los Bender dijeron que William había
pasado por allí un momento y luego se había ido.
El coronel sospechó de ellos porque encontró debajo de una cama una
cadena de oro con un medallón que tenía dentro imágenes de la mujer de
su hermano y de su hija. Salió de la granja y volvió al día siguiente
con refuerzos. Ya no encontró a los Bender.
En los terrenos de la familia se encontraron 24 cadáveres, aunque por
las desapariciones contabilizadas en la zona entre los años 1871 y
1873, se sospecha que las víctimas fueron muchas más.
Tres de los martillos que usó la letal familia pueden verse actualmente
en el Museo de Cherryvale (Kansas). Hubo un exitoso museo de los Bender
que, tras una agria polémica, fue cerrado en 1978 para preservar el buen
nombre de la ciudad. Después del cierre, se celebró durante varios años
un no menos célebre encuentro, los “Bender Days”.
MÁS INFO
Extracto de El libro de los asesinos, de Alicia Misrahi (T&B)
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